“Escuchadme, casa de Jacob, y todo el remanente de la casa de Israel, los que habéis sido llevados por mí desde el vientre, cargados desde la matriz. Aun hasta vuestra vejez, yo seré el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré” —Isaias 46:3-4
Cada mes me reuno con los hermanos ancianos de nuestra congregación. Es un tiempo que valoro mucho, y veo en sus rostros que también es especial para ellos. Cantamos himnos, compartimos la Palabra, y Ramona, la anfitriona, prepara sabrosos manjares. Pero, de vez en cuando, recordamos a algún compañero de batalla que ha partido con el Señor, y sabemos que en algún tiempo, otros tampoco estarán. La semana pasada, al reunirnos, consideramos este pasaje y fue de mucho aliento para sus almas.
Y es que no podía ser diferente. Spurgeon resumió su enseñanza así: “Dios es el mismo, sin importar cuál sea nuestra edad; y los tratos de Dios para con nosotros, tanto en la providencia como en la gracia, tanto cuando nos soporta como cuando nos guarda, son igualmente inalterables.” Aquí se destaca la constancia de Su amor por los suyos. Él es el Dios de los santos en todas sus edades; desde el vientre hasta la tumba.
Eso es especialmente valioso para la ancianidad; hará la diferencia entre un anciano que glorifica a Dios y uno que no lo hace, y que por lo tanto está confundido a pesar de ser creyente.
La Biblia muestra que en la ancianidad el hombre llega a decir que “han llegado los días en los cuales no tengo contentamiento” (Proverbios 12:1). Y nos habla de Barzilai, quien hizo bien a David, y éste le quiso recompensar ofreciéndole una vida placentera. Su respuesta fue “De edad de ochenta años soy este día. ¿Podré distinguir entre lo que es agradable y lo que no lo es? ¿Tomará gusto ahora tu siervo en lo que coma o beba? ¿Oiré más la voz de los cantores y de las cantoras? ¿Para qué, pues, ha de ser tu siervo una carga para mi señor el rey?” (2 Samuel 19:35).
En la vejez el apetito decae, las fuerzas menguan, nuestras destrezas no nos acompañan. Sólo queda fragilidad, soledad, sentido de abandono, temor; la espera de lo impostergable. Entonces, los mejores creyentes pueden llamar “días malos” a estos días.
Pero Dios, nos dice, “yo”, quien te he cargado, sostenido y librado, seguiré cargándote, sosteniéndote y librándote hasta que te reciba en mis brazos (Lucas 23:26). Así que, el Dios de tu juventud, es el Dios de tu vejez. ¿Recuerdas tus días de gloria? ¿Aquellos días en los que eras de gran utilidad para el servicio del reino? El Dios que te dio esas fuerzas, lo está haciendo ahora aunque no lo percibas, y espera que le honres hasta la muerte (Juan 21:19), mostrando gratitud.
Y quiero que veas, finalmente, cuán enfático es Dios en hacerte ver que Él mismo lo hará. Pudiera enviar a Sus ángeles a hacerlo (Mateo 4:6), cambiar el mal en bien (Génesis 50:20); pero no es lo que dice aquí: yo seré… yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré”.
Vive agradeciendo Su presencia y cuidado particular para contigo para que disfrutes cada día en esta tierra. ¿Qué sucede en tu corazón cada vez que cumples un año más de vida? ¿Qué te produce el saber que tus fuerzas físicas van decayendo? Pero, ¿Cómo el considerar el cuidado y amor personal e inmutable de Dios por ti puede cambiar la manera como ves tu vejez?