“Yo, yo soy el que borro tus transgresiones por amor a mí mismo, y no recordaré tus pecados” —Isaías 43:25
Estoy plenamente convencido que una de las razones por la que se nos dificulta vivir en santidad es que no conocemos profundamente las implicaciones del evangelio. El apóstol Pablo pide a los efesios que consideren el evangelio para que vivan satisfactoriamente con sus hermanos en la fe; “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Y nuestro pasaje nos permite apreciar el precioso regalo de Dios: Quién habla es Dios mismo (Vs.1). ¿Qué ha hecho? Borrar las transgreciones de Su pueblo. Si estaban escritas en algún libro sagrado esperando ser recordadas el día del juício, ya no lo están más. Y hay algo en la próxima frase que nos resulta extraño: “no recordaré” dice Jehová. Me parece que no reaccionamos debidamente ante esta declaración. ¿Acaso olvida Dios? No se trata de eso.
Creo que la siguiente historia puede ayudar: Cuando era un niño de 10 años, entré a una tienda a la que solía ir con mis padres. Ese día me detuve a mirar unos juguetes, y me vi tentado a tomar uno de ellos, y lo hice. Lo escondí y me dispuse a salir. Había robado. Pero un supervisor me había observado y me detuvo. Me pidió el juguete y me reprendió. Dijo conocer a mis padres, lo cual me causó mucha verguenza. Por más de 5 años no volví a esa tienda aunque había reconocido mi falta. Cuando regresé, entré con temor de enfrentarme a aquel rostro nuevamente. Aquel supervisor ya no trabajaba allí, ¡Qué alivio! Sin embargo, más de 40 años después, aún recuerdo aquel incidente.
Lo extraordinario es que con nuestro Dios no tenemos que temer. Por eso Él nos dice “no lo recuerdo”. Pablo presenta esta idea claramente: “…Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…” (2 Corintios 5:19). Es una verdad en extremo liberadora; es lo que quise sentir con relación a aquel supervisor; pero nunca lo experimenté. Dios me brinda la oportunidad de considerarme libre de mirar Su rostro y no esconderme, porque me ve como si nunca hubiera cometido ninguna acción contra Él.
¿Y por qué lo hace? Si lo hiciera por mí, siempre vendrían dudas a mi corazón: “pero, no lo merezco… lo voy a decepcionar.” La preciosa verdad es que lo ha hecho “por amor a Él”. La Biblia revela que Dios se deleita en salvar. Y con respecto al Hijo, dice: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho…” (Isaías 53:11). Es en ese punto en el que decimos: gracias Señor por tu extraordinaria liberación.
¿Cuánto conoces del evangelio? ¿Cómo afecta tu vida lo que Dios hizo con tu pecado? El considerar esta verdad tiene implicaciones horizontales (Efesios 4:32). ¿Qué estás haciendo al respecto?