“porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” —Romanos 10:13-14 [15]
No deja de impactarme el recordar cuando aquel ángel del Señor le pide a Felipe que asistiera al etíope que regresaba de Jerusalén leyendo las Escrituras. ¿Había necesidad de la intervención de Felipe cuando la Palabra es suficiente para sacar al hombre de la más profunda oscuridad? (Salmo 19:8b). ¿Por qué un hombre más preparado que Felipe necesitaba ayuda para entender?. Pero ¿Por qué el ángel no acudió y, en cambio, llama a un hombre pecador para que le explique la Palabra?
Lo cierto es que Flipe acude, y al escucharle leer en Isaías, le pregunta: “…Pero ¿entiendes lo que lees?”. Y él le responde: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él” (Hechos 8:29-31).
Aquel funcionario de Etiopía pidió a un desconocido que le hablara de Aquél a quien se refería la profecía, y Felipe le anunció el evangelio de Jesús (Hechos 8:35). El resultado fue maravilloso; un corazón de piedra transformado en un corazón de carne.
Pero insisto; ¿No era suficiente la Biblia para su conversión? ¿No podía ser el ángel el mensajero para traer las buenas nuevas? Había por lo menos un precedente (Lucas 2:11). Creo que nuestra mejor conclusión es que Dios está aquí siendo consistente con lo que algunos años después afirmaría el apóstol Pablo; que “…agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21b).
La salvación es un regalo de Dios; pero también lo es cada detalle que interviene en el proceso que culminará en una nueva vida. Y lo hace de tal manera que la gloria sólo puede recaer sobre Él. Dios llama, capacita, y pone una chispa en el corazón de hombres débiles que van a abrir sus labios como heraldos que hablan a oídos que Dios mismo ha preparado para que reaccionen favorablemente al Evangelio; y estos corazones confiesan a todos los hombres que Jesús es Señor y Salvador de sus vidas. ¿Ven por qué no puede fallar?
Hermanos, oremos intensamente, no sólo para que la palabra de Dios sea conocida en todos los rincones de la tierra, sino por aquellos que Él envía y los que ha de enviar; por los corazones que están esperando. Y no es que el hombre natural busca a Dios, sino que recordamos a Jesús cuando nos dice que los campos están listos para la siega y que oremos para que el Señor de la míes envíe obreros (Juan 4:35, Mateo 9:38).
Israel esperó con ansias este tiempo; nosotros tenemos el privilegio de vivirlo (Isaías 52). Gózate y da ¡Gloria a Dios! por aquellos que anuncian el Evangelio.
¿Cómo esta realidad de la intervención de Dios en cada fase de Su obra afecta tu vida de oración? Sin proclamación, no hay salvación. Dios lo ha establecido así.