“…el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” —Mateo 20:26-28
Conocemos a muchos que promueven el mal llamado “Evangelio de la Prosperidad”, el cual sólo logra sumergir al hombre -que dice buscar de Dios- en la más profunda y terrible miseria. Lo que hace especialmente detestable esta perversión, es que convierte a Dios en el proveedor de nuestros ídolos, Aquél que suple para nuestras conscupisencias pecaminosas. Esto es atentar descaradamente contra la santidad y la gloria de Dios; Gloria que Él no comparte con nadie. Sólo Él es deseable junto con las dádivas que fluyen a través de Él y que nos conducen a darle más gloria (Salmo 73:25).
El verdadero Evangelio de la Prosperidad es el Evangelio del amor abnegado; la humildad en acción. Nuestro texto no condena el deseo de llegar a ser grandes. Creo que, más bien, Jesús lo estimula. Lo lamentable para Jesús es el ver cuán equivocados estaban sus discípulos al establecer un camino errado como aquel que les ayudaría a obtenerla (la grandeza). Oh, cuán lentos para entender las verdades del Reino. En una ocasión su Señor les dijo: “…¿También vosotros estáis así sin entendimiento?” (Marcos 7:18). De hecho, Jesús se había propuesto hacerles grandes. Él los había escogido para darles un lugar en Su reino. Con ellos no pasaría como con aquel joven a quien le propuso “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (Marcos 10:21). No fue otra cosa, sino tesoro en los cielos lo que le fue ofrecido.
¿Quieres llegar a ser grande? ¿Qué consideras como verdadera grandeza? La honesta respuesta a esa pregunta te hará entender por qué has tomado el camino que llevas. Pídele al Señor que te muestre lo que tu corazón realmente valora.
He escuchado que “lo que amas más que a Dios es un ídolo”; pero estoy convencido de que todo aquello que amamos fuera de Dios, es un ídolo. Por supuesto, amar “fuera de Dios” significa apreciar algo que no podemos considerar con limpia conciencia como una dádiva de Dios, y cuyo propósito no sea dar gloria a Dios.
¿Quieres alguna ayuda para determinar lo que aspiras? Vive para mostrar la gloria de Dios en tu vida, beneficiando a otros con tu servicio. Y ora: “Señor, ayúdame a transitar el camino de la humildad; sé que en ocasiones significará que Tú mismo me humillarás, y me mostrarás cuán lejos estoy. Dame la gracia para reconocerlo e ir a la cruz de Cristo.”