Ahora os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes, por el cual también sois salvos, si retenéis la palabra que os prediqué, a no ser que hayáis creído en vano. Porque yo os entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras. —1 Corintios 15:1-3
Tengo cerca de 40 años en el evangelio, por la gracia de Dios; y hay un pensamiento que se hace cada vez más fuerte en mi mente y en mi corazón; “el evangelio lo es todo en la fe, y todo en la fe ha de ser evaluado a la luz del evangelio.”
Jesús afirma: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). La vida eterna es fruto de la salvación, y es obtenida por el conocimiento de Dios. Pero el texto agrega que hemos de conocer a Jesucristo, como el enviado del Padre, y he ahí el evangelio: conocer a Dios, Quien amó y obró en favor de enemigos para convertirlos en hijos. Y al considerar seriamente esta verdad -y esto sólo puede ser hecho con la intervención del Espíritu Santo-, seremos quebrantados e inevitablemente arrojados a los pies de Cristo. Y todo lo que ocurre a partir de ese momento es que crecemos en el conocimiento de las verdades del evangelio. Por eso que Pablo insiste…“pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Corintios 2:2).
Cuando digo que “El evangelio lo es todo en la fe,” me refiero a que toda la revelación de Dios nos impulsa a conocer Sus buenos propósitos para con los hombres y a glorificarlo por lo que Él es y por lo que nos ha dado por Su puro afecto. Y, nuevamente, eso es el evangelio. Hemos escuchado una y otra vez que toda la Biblia es acerca de Cristo, y precisamente Él es el evangelio. Nunca alcanzaremos un conocimiento pleno del evangelio de este lado de la eternidad. De hecho, cuando lleguemos a comprender el evangelio mediante nuestras facultades glorificadas, entonces podremos ofrecerle a Cristo suprema alabanza.
Y cuando decimos que “todo en la fe ha de ser evaluado a la luz del evangelio,” lo digo porque he descubierto que toda verdad bíblica, sin importar la rama de la teología donde la coloquemos, ha de ser consistente con el evangelio. Y esto lo es tanto para nuestra eclesiología, soteriología, escatología, etc.
Amado hermano, imagina que estudias la Palabra seriamente y entiendes que Dios te ha iluminado para comprender una verdad; pero resulta que no logras armonizar esa “verdad” con el Evangelio. Te diré que lamentablemente no la has comprendido correctamente. El pensar así me ha permitido no recibir sólo información de las escrituras, sino que he podido disfrutar cada doctrina, cada mandamiento, cada beneficio extraído de la Palabra. Y cuando incorporo este beneficio a mi propia vida o a la vida de otros, he sido librado de muchas inconsistencias.
Toda confusión proviene de nuestra ignorancia acerca del evangelio; toda reacción no piadosa se desprende de no estar viviendo el evangelio; toda decepción en la vida cristiana surge cuando olvidamos lo que te otorgó el evangelio.
Preguntas
¿Realmente conoces el evangelio que dices haber abrazado?
¿Con qué frecuencia te expones al evangelio?
¿De qué manera conectas todas las verdades acerca de Dios con las gloriosas verdades del evangelio?