⁹El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto separa a los mejores amigos. ²²El corazón alegre es buena medicina, pero el espíritu quebrantado seca los huesos. —Proverbios 17:9, 22
Uno de los obstáculos que impide que el poder del evangelio sea visto cuando ministramos es la separación que mostramos en la práctica entre la verdad de Dios y el amor de Dios. Muy a menudo no somos suficientementes balanceados. En nuestros días, muchos se sienten satisfechos promoviendo un evangelio incompleto que sólo destaca la gracia y el favor de Dios.
Pero pienso que, por lo menos en nuestro entorno, el problema parece ser otro. El Señor nos ha permitido exponernos a las verdades más maravillosas de Su palabra y estamos dispuestos a proclamarlas. Pero, por lo general, esto no es del todo efectivo. Nosotros sabemos que, junto con la verdad, Dios debe obrar en el entendimiento y aplicar dicha verdad la vida del que la escucha.
Pero hay algo más; la verdad que edifica sólo puede servirse en la bandeja del amor; “…el conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1). Ya que el propósito de comunicar la verdad no es tener la razón; ni siquiera es un tema de hacer justicia simplemente. Nuestro objetivo es dar a conocer el amor del Dios verdadero, y esto lo hacemos preocupándonos de corazón por aquellos a quienes pretendemos iluminar.
Lo quiero ilustrar con una obra, Los Miserables. Jean Valjean es finalmente liberado en 1815. Fue sentenciado a cinco años de prisión por robar pan para alimentar a su familia, pero terminó pasando diecinueve años tras las rejas por intentar fugarse. Todos lo rechazan por ser un exconvicto, y sólo el obispo Myriel le recibe para brindarle alimento y refugio. Jean Valjean, lleno de resentimiento, roba la vajilla de plata de su benefactor y emprende la huida. Cuando fue detenido por la policía sucedió algo extraordinario; El obispo Myriel dijo a las autoridades que le había regalado la vajilla de plata a Jean Valjean, y que había olvidado darle además dos candelabros de plata. Este acto de misericordia tuvo tal efecto en aquel amargado corazón, que le transformó en uno dispuesto a entregarse por otros.
Nuestro texto nos refiere que en ocasiones no se trata de señalar cada falta en nuestro prójimo, sobre todo si esas faltas son ofensas a nosotros mismos. Sino que cultivaremos una relación tal que nos permita mirar en lo más profundo del corazón y poner allí la medicina eficaz. El seguidor de Jesús no dará importancia a las heridas que le infrinja el corazón que pretende curar.
¡Oh, si Dios me señalara cada falta de mi corazón! No pudiera resistir. Sólo me señala aquello que está dispuesto a corregir, asegurándose de desplegarme Su amor. “Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). Sí, hay situaciones en las que la acción más amorosa es hacer frente al pecado para dar oportunidad al prójimo de arrepentirse y pedir perdón.
Es por esto que hemos de evaluar la motivación de nuestra reacción, ¿buscamos la gloria de Dios?; y debemos percatarnos que la acción que emprendamos ha de ser evaluada, dentro de lo posible, como un verdadero acto de amor. De no ser así, es mejor pasar por alto la ofensa y mantenernos cerca de un corazón al que podremos seguir haciendo bien. Después de todo nuestra misión es mostrar a un Dios que soportó con paciencia el pecado de la humanidad para, a Su tiempo, enviar a Su Hijo a morir para destruir la obra del maligno.
Preguntas
¿Amas a quien te hace daño?
¿Cuánto estás dispuesto a padecer para hacerle bien a un alma?